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Portada GQ septiembre 2022
Tras alcanzar la fama instantánea gracias a su papel de rompecorazones en una comedia romántica, Nate Jacobs, el fascinante y tóxico antihéroe de Euphoria, convirtió a Jacob Elordi en una sensación global. Ahora vive bajo la alargada sombra del cartel de Hollywood, intentando compaginar su ambición en la pequeña pantalla con los dilemas que plantea el coste del éxito.
Por Clay SkipperFotografía de Eli Russell Linnetz
Se abre la puerta de una casa baja en Twentynine Palms, una pequeña localidad ubicada en el desierto californiano. Aparece Jacob Elordi vestido con una holgada camisa de lino, desabrochada hasta la base del pecho. Su 1,95 de estatura llena el marco de la puerta, y verlo ahí de pie me recuerda a esos vídeos de famosos que abren sus casas a las cámaras para enseñarlas. Me invita a entrar y me explica que acaba de regresar de Europa —donde asistió al Gran Premio de Fórmula 1 en Mónaco y a un concierto de los Rolling Stones en Madrid—, pero que en cuanto aterrizó en Los Ángeles ya tenía ganas de escaparse otra vez. El actor australiano de 25 años se subió a su Range Rover y condujo en dirección este durante dos horas y media, pasando por el famoso Joshua Tree hasta llegar a esta casa alquilada. “Podría quedarme aquí a vivir”, me dice sentándose y cruzándose de piernas en un largo sofá modular blanco. “Me encanta. No tienes que ver a nadie si no quieres”.
Pese a que Jacob, alto como un jugador de la NBA, está acostumbrado a destacar, su meteórico ascenso a la fama lo ha dejado un poco descolocado. Hace cinco años apenas acababa de terminar el instituto en Brisbane, su ciudad natal. Después llegó su papel de chico guapo como Noah Flynn en Mi primer beso, una película de Netflix de 2018 que vieron decenas de millones de personas (el co-CEO de Netflix, Ted Sarandos, dijo tras su estreno que “era una de las películas más vistas del mundo”). Jacob Elordi se convirtió en una celebrity de la noche a la mañana. Y no es un decir. Netflix estrenó la película a medianoche en Los Ángeles, así que Jacob se fue a dormir como un chico normal, pero cuando se levantó al día siguiente tenía cuatro millones de seguidores más en Instagram. “Era el perfil que había usado siempre. Tuve que dar un repaso a todo lo que tenía publicado y borrar fotos del instituto”, dice. “Espero que la gente entienda lo drástico que fue para mí ese cambio”.
Si aquélla fue la chispa que prendió su carrera, interpretar a Nate Jacobs en Euphoria —el drama de HBO sobre las depravadas vidas de unos estudiantes de instituto de la Generación Z—, provocó un incendio en toda regla. La primera temporada se estrenó en 2019 y la crítica se rindió a sus pies. Después llegó la pandemia y el incendio devino supernova: el público, obligado a quedarse en casa, encontró una vía de escape en un instituto hedonista donde sucedían cosas inquietantes, pero al mismo tiempo embriagadoras. Euphoria lo petó, y cuando se estrenó la segunda temporada en enero de este año, unos 19,5 millones de espectadores vieron cada uno de los episodios, una cifra que no alcanzaba una serie desde que lo hiciera Juego de Tronos en 2014. De repente, todo el mundo conocía a Jacob Elordi como el antihéroe guaperas de una ficción que había capturado el espíritu de los tiempos. Desde entonces, ha tenido que lidiar con su sobrevenido estatus de celebridad.
Eligió Twentynine Palms para alejarse un poco de L.A. y para preparar su próximo papel. Encarnará a un aristócrata británico en Saltburn, una película de Emerald Fennell, directora de la oscarizada Una joven prometedora. A sugerencia de Fennell, Jacob se ha leído Retorno a Brideshead para meterse más en el personaje, y justifica la ropa que lleva —una amplia camisa blanca y unos pantalones de lino— como estrategia para habitar el “licencioso privilegio” de los protagonistas de la novela. Confiesa que ya se encuentra cómodo en la piel de su nuevo personaje. “Cuando estoy aquí, puedo ser quien quiera y hacer cualquier cosa”, dice acerca de su
escondite.
Jacob ya sabía desde pequeño qué quería ser de mayor. Creció venerando a leyendas del cine clásico, como Marlon Brando y Laurence Olivier, pero también a actores más actuales, como Heath Ledger y Christian Bale. En el instituto leía biografías de actores y se escabullía a la biblioteca para ver sus películas. Se puso pendientes porque Daniel Day-Lewis los llevaba. De su cuello cuelga una medalla de San Cristóbal porque Steve McQueen también la tenía. Guarda el guion de Saltburn en una carpeta de piel desgastada que perteneció a Gary Oldman —se la
regaló Charlie, el hijo del actor, un buen amigo suyo—. Se pasó años imitando a sus ídolos, y a juzgar por su rostro de estrella del celuloide —frente amplia, mirada expresiva—, algún día podría pertenecer a tan selecto grupo. Si uno entrecierra los ojos, aparece una versión altísima de Jeremy Irons en Brideshead (1981).
Pero Jacob Elordi está contendiendo con algo que sus ídolos nunca tuvieron que afrontar. Su fama le ha sorprendido en un mundo moderno en el que, de un día para otro, millones de personas te siguen en Instagram. Una experiencia desconcertante para cualquiera, pero más aún para un alma vieja como la de Jacob. Lo cual me lleva a preguntarme si es posible que un actor en ciernes pueda forjarse una dilatada carrera cinematográfica como la de sus ídolos en un clima dominado por TikTok. De momento se encuentra en el buen camino y así lo atestiguan sus próximos proyectos. Además de Saltburn, en la que actuará junto a Rosamund Pike, también aparecerá en un thriller con Zachary Quinto y en una road movie escrita por uno de los colaboradores de los hermanos Safdie. Lo que sí reconoce Jacob es que, cuando la cámara deja de filmar, le carcomen las dudas existenciales. “Me siento en el borde del precipicio, y me veo ahí, tambaleándome hacia el vacío”, dice. “Mi miedo se resume en esta pregunta: ¿De qué paso no hay marcha atrás?”
Euphoria es la típica ficción de instituto. Los alumnos de East Highland High hacen lo que la mayoría de nosotros hacíamos de adolescentes, es decir, intentar traspasar los límites, sólo que ellos lo llevan más al extremo, con muchos más opioides y muchos más escotes. Es una serie emocionante que también da un poco de pánico, en gran parte porque la estética de neón y brillantina creada por Sam Levinson captura la intensidad y el drama que puede rodear la vida de un instituto. Y lo que sucede en este caso es mucho más intenso. Para esta generación, la ansiedad que una vez sentimos al entrar a la cafetería por primera vez —esa presión por saber quiénes éramos cuando todos los ojos nos observaban— está en todas partes donde haya Wi-Fi. Euphoria es una serie sobre cómo se construye una identidad en un mundo online, y sobre el doloroso proceso que implica salvar la brecha entre quién eres y quién deseas ser.
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Nate Jacobs, el personaje de Jacob, siente esa distancia de una manera muy aguda. Es el típico chico malo de ficción televisiva: un mariscal de campo buenorro que adora el gimnasio, un macho alfa con un furibundo lado oscuro tendente a las malas conductas: bebe (y conduce), chantajea, agrede, tiende a coger a la gente por el cuello, usurpa personalidades en redes sociales, hace luz de gas y mantiene relaciones sexuales con la ex de su mejor amigo (que resulta ser la mejor amiga
de su ex), entre otras cosas. En las profundidades de su ser alberga un secreto: cuando era niño, descubrió que su padre escondía un montón de vídeos en los que mantenía relaciones sexuales con hombres jóvenes y mujeres trans. Por eso, todo lo que hace Nate está dirigido a cultivar una identidad hipermasculina con la que cree que va a evitar convertirse en alguien como su padre.
Para Jacob, interpretar a Nate consiste en imaginarse lo opuesto a lo que ha sido su propia experiencia como adolescente. De su padre dice que es “un ejemplo del tipo de hombre que me gustaría ser”. Pintor de brocha gorda, John Elordi tardó 13 años en construir la casa de Brisbane en la que creció Jacob, instilando en él una ética del trabajo y del esfuerzo. Su padre se alegra por él, dice Jacob, pero no entiende del todo la fama recién adquirida de su hijo. “Aún me dice cosas como: ¿Pero vas a filmar esa escena en la que sales besándote? ‘No, papá, te juro que estoy haciendo buenas películas’. ¿Esa es la película en la que haces de americano? ‘Hago de americano en todas, papá”.
Sin embargo, se lleva mejor con su madre Melissa, a la que considera “el ser humano más presente, amoroso, bello y angelical del mundo”. Ella se involucra un poco más en el carácter de los personajes que encarna su hijo. En la primera temporada de Euphoria, tras su arresto por agredir a su novia, llamó a Jacob visiblemente enfadada. “Creo que cuando ve a Nate piensa que soy yo”, dice Jacob. Ama de casa, se ofreció como voluntaria para trabajar en el comedor del instituto, así que cada día, mientras comía lo que le habían preparado, podía pasar tiempo con ella. Sus padres tienen camisetas con las imágenes impresas de casi todos los personajes que ha interpretado a lo largo de los años.
Jacob se obsesionó con actuar a los 12 años, la edad en la que Nate comienza a moldear su identidad de macho alfa, machacándose a dominadas y profiriendo gritos tan fuertes que nadie podría acusarlo de ser afeminado. Jacob ya hacía sus pinitos como actor, pero también le gustaba el deporte y pertenecía al equipo de rugby del instituto. Fue entonces cuando sintió la dicotomía entre los dos mundos.
“Cuando empecé a hacer teatro en el instituto, me llamaban gay”, cuenta. “Pero tenía muchísima confianza en mí mismo porque podía hacer ambas cosas. Era bastante bueno jugando al rugby y tampoco se me daba mal el teatro. Me hacía sentir mayor y más sabio. Nunca me preocupó que mis compañeros pensaran que era menos hombre por eso. Y luego estaba lo típico, el ligoteo, en plan: ‘¡Qué más se puede querer que pasar los fines de semana con las chicas más guapas del colegio de al lado, recitando las palabras más románticas jamás escritas!”.
En una ocasión le tocó interpretar a Oberón, el Rey de las Hadas en Sueño de una noche de verano, de Shakespeare. Le ilusionaba meterse en la piel de un Oberón que transgredía los límites de género convencionales. Llevaba una cazadora de cuero y anillos en los dedos. “Cuando me llamaron gay, empecé a ponerme maquillaje”, cuenta Jacob. Me ponía brillantina morada en la cara y el pelo de punta con mechas rosas. “Me dije: ‘Si voy a ser el Rey de las Hadas, seré el Rey de las Hadas más jodidamente atractivo que hayas visto en tu vida”. La experiencia lo transformó. “Empecé a buscar ese tipo de personajes. Me gustaba la feminidad. Comencé a hablar con las manos, a convertirme en un verdadero actor dramático”.
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Jacob se dio cuenta de que subvertir las expectativas le otorgaba poder, y estaba entusiasmado. “Disfrutaba mucho actuando”, dice. “Pasé de la cultura de la cerveza y del deporte, y pensaba: ‘Si crees que esto es gay... Soy el mismo que cuando era tu amigo, el mismo tío hetero de antes. Y voy seguir haciendo teatro igualmente y te voy a demostrar que lo que dices son chorradas. Nunca he entendido esa manía de encasillar las cosas. ¿Por qué los deportes tienen que ser algo masculino? ¿En qué medida tu sexualidad influye en tu capacidad para ser deportista o actor?”.
En ese momento crucial de la adolescencia, una época en la que muchos de nosotros abandonamos ciertos propósitos por miedo o por presión social —las mismas fuerzas que desatan la agotadora crisis de identidad de Nate—, Jacob Elordi era dueño de una resuelta confianza. “Creía mucho en mí mismo y podía recorrer el camino yo solo”, dice. “Jugar al rugby enorgullecía a mi padre y hacer teatro enorgullecía a mi madre. Así que, si podía interpretar esas dos vertientes que definieron mi adolescencia, era imposible perder. Suena a comentario a toro pasado, pero en su momento lo tenía claro, y lo sigo teniendo. Espero que mi papel en Euphoria refleje eso. Es músculo y corazón. Es Montgomery Clift y Marlon Brando”.
Mi primer beso se filmó en Sudáfrica en 2017. Después del rodaje, Jacob cogió la maleta y se mudó a L.A. Durmió un par de semanas en el sofá de un amigo. A veces aparcaba su Mitsubishi de 2004 en Mulholland Drive y pasaba allí la noche. “No me entraba trabajo”, recuerda. “Creo que tenía entre 400 y 800 dólares en el banco, y Euphoria fue mi última audición antes de volver a casa una temporada para recuperarme y hacer algo de dinero”.
Al final, consiguió el papel, uno de los primeros que se cubrieron de todo el elenco. Durante el rodaje del piloto, uno de los productores se dio cuenta de que Jacob se pasaba muchísimo tiempo en el tráiler y en el coche que tenía aparcado al lado. “Lo tenía lleno de trastos, de cajas, percheros y cosas así”, dice. El productor le consiguió una habitación en el hotel Standard de West Hollywood, y desde entonces no se ha movido de la ciudad. “He tenido mucha suerte”, dice. “La típica historia de superación y éxito que sueles escuchar en Los Ángeles”.
Jacob agradece su buena suerte hasta en los días más extenuantes. En el plató de Euphoria, las tomas de Sam Levinson pueden ser largas e intensas. El rodaje de la fiesta de Nochevieja con la que arranca la segunda temporada duró toda la noche, una experiencia que Jacob había comparado con “estar en el infierno”. Pero cuando hablamos en junio, lo recuerda de manera diferente.
“Para mí trabajar en ese plató es un regalo absoluto”, me dice. “Cuando trabajo con Sam, voy a por todas. Confío en él y me dejo la piel por él. He leído que hay gente que considera que decir algo así no da buena imagen, que nadie debería dejarse la piel por el arte. Me importa un bledo. Me lo paso bien”. Jacob recalca que no desea menospreciar a quien lo vea de otra manera, pero señala que gran parte del éxito de Euphoria se debe precisamente a esos largos días de rodaje. “Para conseguir lo que la gente ve en la televisión, esas tomas de las que se habla, esos sentimientos que evocan y las conversaciones que genera, a veces es necesario hacer 30 tomas”.
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Para Eric Dane, el actor que interpreta a Cal, el padre de Nate, Jacob parece ya un veterano porque sabe aguantar esos días de rodaje tan largos. “Hay que mantener cierto nivel de concentración a lo largo del día y estar siempre preparado para actuar las veces que haga falta, y Jacob tiene ese resistencia”, me dice Dane al teléfono. “Le gusta relacionarse con la gente y hacemos mucho el bobo, pero siempre está centrado y preparado”.
Para meterse en la cabeza de Nate, Jacob se apuntó a un gimnasio donde solían entrenar tiktokers para ver cómo se movían, cómo hablaban con las chicas, qué canciones les emocionaban (“mucho Pop Smoke”, dice). Y como Nate tiene mucho de maníaco depredador, recurrió a una peculiar fuente de inspiración: documentales sobre tiburones. “Nate siempre está observando”, dice. “Choca con alguien en los pasillos, como un tiburón cuando olisquea la pierna de una víctima, y luego ataca desde las profundidades y los aniquila”.
Jacob se preparó con esta misma intensidad para Mi primer beso, algo que, en retrospectiva, le parece un poco absurdo. La película estaba basada en una novela de literatura juvenil que leyó como si fuera un texto sagrado. Cuando encontró discrepancias entre el guion y el material original, activó las alarmas. “Recuerdo que dije: ‘En el libro [mi personaje] fuma. Tengo que fumar. Tiene que llevar tabaco encima. Es un chico malo”. Le dijeron que, desafortunadamente, eso no iba a ocurrir. “Yo insistía: ‘Pero qué mierda es ésta. ¿Vamos a mentir a todos los catorceañeros que han leído el libro? Este tío fuma nicotina. Lo dice aquí, en la página cuatro, ¡mira!’. Me imagino que debieron flipar y que pensaban que no iba en serio”.
Pero es que Jacob se toma muy en serio actuar. “Para mí es como respirar”, dice. A veces se enrolla hablando del “proceso” y del “oficio”, pero es porque hacer cine y teatro, y estudiar a las grandes estrellas de la pantalla y del escenario, ha sido su única y verdadera educación. “No terminé la universidad, y casi no termino el instituto”, dice Jacob. “Todo lo que sé procede de los libros y las obras que leo”.
Zachary Quinto, que actúa junto a Jacob en He Went That Way, un thriller aún sin estrenar, estaba especialmente sorprendido por los libros que Jacob llevaba encima. “Mucha filosofía, creo que había algo de Nietzsche”, dice. A Quinto le pareció alguien muy profundo para su edad. “No creo que haya mucha gente de su generación que tenga una verdadera curiosidad intelectual. Vivimos mediados por las redes sociales y los jóvenes se dedican a actividades más frívolas que leer a Nietzsche, ya sabes”.
Jacob achaca su gusto por la interpretación a un prematuro interés por los libros, que expandieron su imaginación y le ayudaron a entender un amplio espectro de emociones humanas. “Alguien dijo que todos los seres humanos somos capaces de matar”, dice. “Pienso mucho en ello cuando actúo. Es algo que siempre está ahí, metido en los huesos. Cada sentimiento de dolor o de pérdida, de felicidad o de tristeza que sientes, están ahí. Se trata de averiguar cómo expresarlos”.
En la mesa del centro del salón de su casa de Twentynine Palms, hay una copia de El último tren a Memphis, la biografía de Elvis de Peter Guralnick. Jacob la compró tras ver el tráiler del biopic de Baz Luhrmann y se dio cuenta de que Elvis también albergaba grandes ambiciones en Hollywood.
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“Me fascinó descubrir que quería ser James Dean”, dice Jacob. “Y Marlon Brando. He leído mucho sobre casi todos los actores de esa época y para mí Elvis era un artista y un cantante, pero resulta que también era actor”. Jacob se toma en serio la lectura y coge apuntes a medida que avanza. “Supongo que estoy intentando aprender de ellos”, dice. Piensa en los actores que lo lograron antes que él casi como amigos. “No tengo amistades que hayan pasado por lo mismo, así que para mí son faros que me guían”.
Jacob vio una entrevista con Elvis que le impactó mucho. “Lo veías hablar con los periodistas y era tan encantador... Pero podías ver en sus ojos que estaba agotado”, dice antes de pasar a hacer una imitación perfecta del rey del rock’n’roll: “Decía: Estoy machacado, tío. Sólo duermo cuatro o cinco horas. Estoy totalmente agotado. Me parece muy triste. Es una época distinta y es alguien que tuvo miles de experiencias más que yo, pero de algún modo me siento igual”.
Tras el éxito de Mi primer beso, la fatiga se apoderó de Jacob. Le molestaba muchísimo aquel repentino aumento de atención y el implacable escrutinio de su vida personal. Hasta pensó en dejar de actuar, “algo que puede sonar algo sensiblón y dramático, pero es que soy muy sensible y
muy dramático. Odio ser un personaje para la gente. Me sentía muy alejado de mí mismo”.
Pero no sólo no lo dejó, sino que hizo dos secuelas. Desde entonces, el escrutinio de su vida no ha hecho más que aumentar. La primera vez que un paparazzo lo fotografió se quedó aterrorizado. “Me sentí como si fuera un póster, como si fuera un cartel publicitario y estuviera en venta. Empecé a comerme la cabeza. No estaba seguro de si estaba siendo genuino. Es algo que distorsiona tu percepción de las cosas. De repente, vives tu vida con mucha paranoia”.
Le irritaban especialmente ciertas teorías surgidas de las oscuras profundidades de internet, especulaciones que le acusaban de estar llamando a los paparazzi para atraer la atención. En el plató de Deep Water, le pidió consejo a Ben Affleck, alguien muy familiarizado con la prensa rosa. Recuerda que lo que el actor le contestó no fue especialmente reconfortante. Lo peor, le dijo, es que, en ciertos momentos de desolación, empiezas a sentirte como un farsante, a preguntarte si en realidad querías que los paparazzi te sorprendieran y te fotografiaran. A Jacob le preocupa que la atención que le prodigan los medios de comunicación le desoriente y termine por anestesiar una parte de sí mismo a fin de avanzar más fácilmente en Hollywood. Teme perder una parte de su fuerza vital y quedar reducido a una cara bonita en un póster.
Para algunos miembros de la industria, el deseo de Jacob de trascender su aspecto es precisamente lo que le hace más atractivo. Sean Price Williams, cineasta que trabajó en Good Time, de los hermanos Safdie, va a dirigir a Jacob en The Sweat East, su próxima película. Dice
que Jacob le recordaba a Robert Pattinson, protagonista de Good Time, un actor que ha trabajado duro para ganarse a la crítica después de que Crepúsculo lo encasillara como rompecorazones. De hecho, dice, el personaje de Jacob en The Sweet East está inspirado en el Pattinson post-Crepúsculo. “Se elige a actores guapos que luego consiguen una franquicia, pero que después quieren hacer algo un poco más complejo”, dice Williams. “Y ahí es donde se encuentra Jacob ahora”.
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Quinto también hizo referencia al momento de transición que está atravesando el joven actor. “Jacob se encuentra en un momento muy concreto de su carrera como actor y especialmente como celebrity”, dice. “Son dos cosas completamente diferentes y está intentado equilibrarlo todo”.
Jacob teme que las exigencias que implica ser una celebridad emboten las sensaciones a las que necesita recurrir cuando actúa. “El miedo que tengo es volver un día a casa, darme un paseo por Byron Bay y darme cuenta de que ha perdido su valor porque he limado todas mis aristas, porque ya no tengo gusto para la vida y sólo sé sonreír y saludar, comportarme, decir siempre lo correcto y no sentir nada. No tengo ni idea. Tengo 25 años”.
Al día siguiente de nuestra cita en su casa del desierto, Jacobs me recibe en la casa que tiene alquilada en L.A., situada a los pies de la colina donde se erige el cartel de Hollywood. Parece un pequeño museo. El cuarto de estar está decorado con una foto enmarcada de Clint Eastwood y con un póster japonés de Rebelde sin causa. Hay cientos de libros apilados en el suelo, entre ellos
una biografía de 1.100 páginas de Marlon Brando.
Jacob me cuenta que, cuando me fui de su casa el día anterior, iba conduciendo por la carretera y vio a un tipo haciendo carne a la parrilla bajo una temperatura de 38º. Le hizo pensar en lo bien que le va todo en realidad y en lo agradecido que está de tener el trabajo que tiene. “Soy consciente de que vivo en una casa de mediados del siglo XX rodeada de bosques y que me paso el día viendo pelis o interpretando pequeños papeles para vivir”, dice. Pero uno de mis amigos me dijo recientemente algo que se me ha quedado grabado: No importa si te estás ahogando en un vaso de agua o en el mar, te estás ahogando igualmente. Últimamente, se siente como si se estuviera ahogando. Me acuerdo de algo que me dijo sobre el personaje de Nate: “Ese chico está en el mar, estalla una tormenta y no tiene barco, no sabe qué hacer. No sigue ninguna regla para ser la persona que debería ser”.
Hasta ahora, Jacob tenía libro de instrucciones, pero está llegando a un punto en el que la confianza que le ha mantenido a flote se ve amenazada por una fama creciente que no sabe muy bien cómo manejar.
Su mayor temor es que su identidad se vea afectada por la percepción que los demás tengan de él. “No quiero perder lo que era en mi infancia y en mi adolescencia por esta... No diría bestia, porque no es nada negativo, por esta versión pública de mí mismo. Quiero seguir en contacto con mi yo más joven porque es todo lo que soy. No quiero mirar el mundo desde fuera. Quiero estar dentro y verlo todo con mis propios ojos”.
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En un momento dado, intentó recuperar ese sentimiento que inicialmente le condujo a la interpretación. Sintió que le llegaba de nuevo hace poco, cuando empezó a leer el guion de Saltburn en una agencia de castings en Londres. Llevaba su bolsa de libros al hombro y conocía a algunos de los actores que se habían presentado también a la audición. Era como si estuviera otra vez en el instituto, en Brisbane. “Me sentí como un actor otra vez”, dice. “Cuando estaba en esa sala, me di cuenta de que todo se limitaba a dos personas leyendo una escena. Y pensé: ‘Esto es lo que significa actuar, por esto he venido. Esto es lo que me gusta, el teatro en directo, de esto va todo. Hay mucho en juego, pero es que esto no es un juego. Siento que he recuperado el don, que me lo acaban de conceder de nuevo”.
Fue el momento más emocionante que ha vivido desde que se mudó a L.A., pero sabe que podría tener un coste. Pienso en algo que ha dicho antes: Puedo ver el borde del precipicio... ¿De qué paso no hay marcha atrás? “Estoy muy ilusionado”, dice. “Pero también aterrorizado, aunque creo que eso es precisamente lo que te hace seguir adelante”.
Le digo que da la impresión de que va a saltar. “Sí, es muy posible”, dice. “Bukowski dijo algo así como: Ve hasta el final. Si no, no empieces. Tal vez pierdas novias, esposas, familia, trabajos y hasta la cabeza. Pero si vas a por todas, te garantizo que te ganarás un lugar junto a los dioses”.
* Clay Skipper es redactor de GQ. Traducción y adaptación: Marta Caro.
** Una versión de esta historia apareció originalmente en el número de septiembre de 2022 de GQ con el título "La escalera de Jacob"
CRÉDITOS DE PRODUCCIÓN:
Fotografías de Eli Russell Linnetz
Estilismo por Mobolaji Dawodu
Cabello por Erol Karadag con Oribe
Piel por Holly Silius para Tata Harper
Escenografía de James Rene
Producción de Studio Venice Beach
EtiquetasJacob ElordiEntrevistaPortadasEuphoria
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